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Las personas, principio y fin del cambio

Las personas

Las personas, principio y fin del cambio

Vivimos sin levantar el pie del acelerador, sin dejar de mirar a la tecnología que, creemos, nos pertenece y obedece. Vivimos encerrados en la gran ‘aldea global’ que predijo el profeta Macluhan en los 60, una aldea que nos conecta con el mundo, en tiempo real, sin filtros, sin censuras, sin juicios. Emisor y receptor se confunden en las nuevas relaciones humanas, se travisten incluso. Tal vez el mensaje no sea siempre lo más importante, tal vez lo sea el canal, que ha adquirido entidad propia y muchas veces nos posee.

Debemos detenernos, no para bajarnos de la inmensa noria que es la actual Era Digital, sino para reflexionar sobre cómo gestionar el ‘acelerón’ que ha experimentado nuestro entorno si no queremos que nos absorba hasta reducirnos a la mínima expresión. Debemos reflexionar sobre quién ha de gestionarlo. ¿Quién? Las personas deben estar en el centro de todas las decisiones. No como medio, sino como fin… y principio. Somos nosotros, agentes activos que deberemos mantener el control, parar para repostar, para reflexionar, correr si hace falta y volver atrás en ocasiones para tomar impulso y despegar.

En este ‘escenario de la velocidad’, las organizaciones empresariales deberemos funcionar como extensiones de la vida misma de las personas sin traumas ni rupturas, sino como prolongaciones amables de nuestro ser. Deberemos buscar la felicidad en el trabajo y el desarrollo integral de las personas, saber que el todo es la suma de las partes y que el colectivo no existe sin sus individuos. Personas que sentimos, creamos, pensamos, compartimos, escuchamos, aportamos… sumamos. Saber visibilizar aptitudes, saber optimizarlas, para lograr las mejores actitudes, capaces de producir, innovar, competir, ganar. ‘Que lo urgente deje tiempo a lo importante’, no es una frase hecha, es la máxima que debe inspirar la gestión del cambio.